¿Es posible «la escuela que quiero»?

Como prometí os comentaré mis impresiones sobre este libro de Mar Romera, siempre desde la más humilde opinión, pues no me considero nadie para dar lecciones a ninguno de los que me seguís.

Algo que me encantaría reseñar desde el principio es que más allá de una gran profesional, una inspiración académica y una pedagoga como existen pocas, Mar Romera me parece una persona «normal», coherente, implicada y respetuosa, y eso, a día de hoy, es muchísimo decir.

Leo constantemente a personas con muchísimos menos años de trabajo y de formación hablar sin parar, sentando cátedra y en muchos casos criticando a maestros y familias, cuando cualquiera que se dedique a esto debería predicar con el ejemplo y sobre todo, intentar ayudar y respetar.

Por eso, leer a una persona que aún con mucho camino recorrido, rodeada de personas que la idolatran y la siguen a pies juntillas, dice desde la más profunda reflexión, esto es lo que yo quiero, lo que yo siento, lo que yo observo pero cada uno debe hacer su propio estudio, es cuanto menos admirable.

Por supuesto, hay que destacar que un libro que te ofrece una banda sonora ya es algo maravilloso que te hace entrar de manera muy profunda, y es que cada una de esas canciones nos ayuda a entender las palabras que leeremos posteriormente.

Me encanta esa amplitud de miras que se transmiten en todos los capítulos, comparando temas tan variopintos como el futbol y la cocina con la educación. a veces nos cerramos a una metodología, a una forma de enseñar, a una forma de aprender y olvidamos crear una educación pensada en el niño (o como ella lo expresa «con el niño»).

Constantemente repito esto en mis curso de formación, y es que yo puedo ofrecer una forma de llegar a los niños, pero sin desacreditar al resto. Me encanta nutrirme de todas las propuestas que conozco y estudio, pero al final, esa unión me hace más fuerte, más preparada y más versátil. Cada centro, cada grupo y cada niño es diferente, por lo tanto nuestra obligación es adaptarnos y no querer que el resto sea quien lo haga a nosotros.

Tengo que admitir que también he sentido miedo como madre, de saber que mi peque puede al final llegar a un centro en el que acabe educándose como yo lo hice, que no fue mala educación sino simplemente, sin interés en mí, en cómo aprendía y mucho menos, cómo me sentía.

Desde mi punto de vista la escuela esta cambiando, dónde llegará o través de que medios lo desconozco, pero si sé que esta siendo lento, arduo y muchas veces sin sentido. Siempre lo expreso igual, no se pueden cambiar los centros si antes no hemos cambiado la educación hacia los maestros y es que aún queda mucho que ofrecer en las universidades, los centros de formación y los masters.

Otras cosas que me arto de decir, y me gustar ver que no soy la única que opina igual, es que la escuela (en mi caso hablo de infantil) y los centros, deberían compartir, con las familias, con la comunidad educativa, con el entorno y con otros centros (¡si, he dicho otros centros!) sus aprendizajes, sus vivencias, sus mejoras y errores. Compartir información es andar juntos, en sintonía y por un objetivo común, los niños.

Nuestras escuelas se han convertido en una competición, en una lucha por ver quién es mejor que quién, en el que los maestros copian al centro de al lado, sin sentido o por necesidad de sus alumnos sino por llegar a la meta, de una carrera al menos yo, no sé cual es.

Cuando hago la formación me gusta hablar de ser mejor, de dar lo mejor, de aportar lo mejor, pero en una competición con uno mismo, dónde te despiertes buscando encontrar ese cuento que cambiará un estado de ánimo, una canción que hará estallar a carcajadas, una actividad que fomente en ese niño algo que necesite pero también haga que el otro se sienta realizado. Nunca en lucha con otros centros, nunca en enemistad o copia de otra realidad que no es la nuestra.

Desde que empecé en esta andanza de la formación y el asesoramiento de escuelas, he ido viendo como puede realizarse esta comunidad, cómo se pueden compartir ideas, recursos y experiencias, cómo los centros muchas veces se ayudan a dar pasos, a crear «escuelas amigas«, en las que compartir tanto maestros como alumnos.

Quizás esa sea la escuela que yo quiero, una en la que todos seamos uno, y en la que solo exista un final, ayudar a los niños a ser felices.

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